sábado, 31 de octubre de 2009

BRONCHALES/ALBARRACÍN

Anoche regresamos de los Montes Universales algo cansados. Mas bien, hechos polvo, por eso he dejado para hoy, una vez restauradas mis energías gracias al sueño, la breve crónica del viaje, que no comenzó de un modo afortunado, pues nos costó 45 minutos largos recorrer dieciocho kilómetros de autovía debido a las obras que se están realizando para ampliar el número de sus carriles.

Después de tres horas, demasiado largas para un recorrido relativamente corto, llegó la primera alegría, pues el alojamiento que habíamos reservado resultó ser una acogedora cabaña de madera en el interior de un extenso bosque de pino albar, próximo a Bronchales, con una vegetación arbustiva muy interesante y una enorme variedad de hongos que crecen en los rodales habitados por los arbustos.

Una vez instalados en la cabaña, dotada de calefacción y agua caliente, y dado lo tardío de la hora de llegada, por los atascos que nos habían retrasado, reconocimos someramente el lugar y nos comimos un cocido que traíamos en una olla exprés, convenientemente acondicionada en el maletero del coche, que resultó ser una excelente manera de comenzar nuestra estancia en los bosques de Bronchales.

Por la tarde, hicimos una marcha a pié de cuatro kilómetros, que nos llevó hasta la cumbre de la Sierra Alta (1800 metros de altura). La subida del último repecho nos dejó sin aliento, pero a cambio pudimos disfrutar de la magnífica vista que incluye tierras de Aragón, Cuenca y Guadalajara, --dicen que en los días claros se ve el Moncayo-- y dejar nuestra huella efímera en el cuaderno donde firman quienes llegan a la cumbre, además de encontrar en el cuaderno una letra femenina anónima que había escrito en una de sus páginas 'Hemos estado follando todo el fin de semana'. Como se ve, el naturalismo no está reñido con la práctica del sexo, sino todo lo contrario.

Hablando de naturalismo, he traído una hoja de un arbusto muy abundante por aquellas tierras y, después de la oportuna consulta puedo afirmar que se trata de una vegetación arbustiva, el marojal, que en estos días pone el contrapunto de color dorado al verde de las coníferas, aunque no tan brillante como las hojas caducas de los árboles cercanos a los lechos de los ríos.

En nuestras andanzas por los bosques de la sierra no hemos dejado de buscar los preciados rebollones. Nos intrigaba ver internarse en el bosque a tantas personas cargadas con una cesta y cedimos al impulso de imitarlas, pero nuestra ignorancia micológica nos impedía distinguirlos. Bajamos al bar de Perico, en el pueblo, y allí pudimos observar el floreciente trasiego que dirigía el tal Perico con el comercio de esas setas, 'Lactarius deliciosus' Intentamos comprar unos pocos, pero se nos dijo que las veinte cajas que estaban apiladas estaban comprometidas.

Nuestra total falta de habilidad, nos impedía reconocer la presencia de esas setas comestibles, hasta que, después de varios intentos fallidos, fue en la zona acotada del bosque donde estaba la cabaña en la que aprendimos a encontrarlas, reconocerlas y cortarlas con cuidado por el pié. Los cercos anaranjados característicos que presenta su sombrero, su figura emergente entre la pinocha, se nos hicieron familiares y recolectamos unas dos docenas y media que, por su tamaño, alcanzarían los dos kilos y medio de peso.

Reservamos una parte para traerlas con nosotros, y el resto las revolvimos en la sartén con un poco de ajo para acompañar el rosbif. Ese éxito relativo despertó en nosotros el adictivo afán de la búsqueda y contribuyó a que acortáramos el tiempo de las excursiones, para dedicarlo a deambular por los bosques. A la mañana siguiente, visitamos Orihuela del Tremedal.

Los caminos por los que hemos transitado para visitar algunos pueblos de la zona son, en si mismos, un atractivo extraordinario. Andar por las rutas que se abren en estos bosques de pino albar, en alturas que rebasan a veces los mil setecientos metros, te da la sensación de que estás en otro país, en Austria, en Alemania, en Dinamarca. La densidad forestal es tal y la vegetación arbustiva propia de estas zonas altas tan característica, que le dan al entorno un aire algo canadiense.

La visita a Orihuela se prolongó hasta Orea y poco mas, porque la adicción de la búsqueda nos hacía regresar pronto a nuestra base en Bronchales, para volver a rastrear, palmo a palmo, en el bosque, aquel tesoro natural que estábamos aprendiendo a descubrir. Por la tarde, dimos un paseo a pie por el camino del Borrocal, y la abundancia de majoral junto al camino le daba al entorno un inconfundible tinte otoñal.

En la mañana del día siguiente nos adentramos en la Ruta del Alto Tajo. Visitamos Griegos, donde creo que dejé olvidadas en la taberna mis gafas de sol. En un lugar de esa sierra nace el río Guadalaviar, pero no llegamos hasta el pueblo de ese nombre, porque ya lo conocíamos. La iglesia de Griegos estaba en obras, como casi todos los diminutos pueblos de la comarca, como acreditan los carteles del Plan del gobierno, allá donde vas.

Al tercer día de estancia en los bosques de Bronchales, noté que mis pulmones de fumador respiraban mucho mejor y que el agua de la sierra parecía haber depurado mi aparato gastro- intestinal. En un bar del Pueblo, el del sordo, mientras nos servía una tapa de solomillo con rebollones, el dueño nos contó la leyenda local según la cual, hace sesenta años, un médico valenciano trajo aquí a su hijo tuberculoso y, al ver que se curaba, la influencia de esa curación convirtió desde entonces a este lugar en poco menos que un centro de peregrinación que, cuando se acerca el verano, llena todos sus alojamientos disponibles, incluso las casas particulares, con los habitantes de los pueblos que viven a cero metros sobre el nivel del mar. Pese al indudable efecto benéfico en mi mala salud de este clima de montaña, mañana, tenemos que regresar.

Elegimos volver visitando de paso Albarracín, que ya habíamos visitado muchas veces, pero siempre desde Teruel. Ahora estábamos en Bronchales y no se nos ocurrió estudiar de una manera mínima la ruta a seguir. El resultado de esa ligereza nos llevó a dar un rodeo innecesario, muy criticado por nuestras compañeras de viaje. --Estos dos parecen gilipollas. Dijeron.--Mira que tomar la dirección de Alcañiz, que está justo en el lado opuesto, en lugar de tomar el desvío que hay a la salida de Bronchales. --Con lo mal que me sienta a mi viajar en coche, encima, hacemos kilómetros de mas. --Es que son gilipollas. No hay remedio. La próxima vez cogeremos nosotras el coche y, ellos, de acompañantes.

Finalmente, después de un rodeo que se parecía bastante a un trazado circular de casi 360º fuimos a parar a Cella, donde nos perdimos tres veces, --que gilipollas-- antes de encontrar el desvío a Gea de Albarracín en la A1512. Por fin, llegamos a Albarracín, que les voy a decir que ustedes no sepan. Tomamos una cerveza y unas cortezas de cerdo en la taberna de la plaza, callejeamos un rato, la catedral en obras, como todas, y luego cruzamos el puente del arrabal y, en la carnicería que hay entrando a la izquierda, compramos un poco de embutido para llevarlo a casa, unas morcillas de arroz y un par de longanizas de Aragón, sin curar, para hacerlas a la parrilla.

Después tomamos la carretera que va al pinar y nos detuvimos en el área recreativa que está en el lugar conocido como Abrigo del Navazo. Un pinar de rodeno. Una variedad arbórea muy distinta del pino albar. Fuentes y pinturas rupestres. Una fauna aviar interesante. Por la tarde, después de comer un pollo asado y una tortilla de patatas empaquetados, que habíamos traído desde Valencia, --made in Mercadona-- volvimos por la A1512. Nos detuvimos en la ribera del Guadalaviar para admirar el espectáculo que componen en esta época del año las choperas y olmedas que, junto a los fresnos, dan carácter a este entorno fluvial. Dicen que el otoño es una estación del año algo melancólica. En este lugar y en este tiempo, el paisaje es una fiesta de color que hay que recomendar a quien pueda y quiera disfrutarla.

Si salen de Valencia, solo tienen que tomar la A23 a la altura de Sagunto y al llegar a la desviación de Torremocha tomar la A1511 que va a Bronchales, por Pozohondón. Si una vez allí, quieren volver por Albarracín, o visitarlo, no hagan como nosotros, no sean gilipollas, pregunten. En cuanto al alojamiento, una cabaña en el pinar de Bronchales, en pleno bosque, para 4/6 personas, cuesta, ahora, sesenta y cinco euros por noche. Si se llevan el perro son diez euros más. Para mas información ver en Internet, LAS CORRALIZAS.COM Para quienes prefieren otro tipo de alojamientos, en Bronchales y Albarracín hay hoteles de diferentes categorías, como todo el mundo sabe.

De nada.

LOHENGRIN (CIBERLOHENGRIN.COM) 31-10-09.

viernes, 30 de octubre de 2009

EL JARDÍN DE HELIÓPOLIS (XXXI)

(….) “Me preguntaba porqué se había suicidado el náufrago. Es verdad que su mujer le había dejado. Le habían robado el coche. Pero el parecía haber encajado bien esas pérdidas, aunque es cierto que no solía expresar sus emociones y era difícil adivinar lo que se cocía debajo de su hermetismo.

Yo tenía una llave del piso, como los demás compañeros de partida que jugábamos con él al Continental. Después de muchas vacilaciones, decidí ir allí a investigar. En una estantería, entre las hojas de un libro de Raimond Chandler de mas de quinientas páginas, encontré su minucioso relato de los hechos.

“Hacía una mañana deliciosa. Septiembre se despedía con esos días luminosos que suceden al tiempo de borrasca, con la atmósfera limpia por la lluvia caída en los últimos días. Había cogido el coche y estaba detenido junto a un semáforo, con una sensación de maravilla en la mirada, contemplando la vida que se manifestaba por todas partes.

Un súbito estruendo me sacó del encantamiento. Miré y vi que mi auto se había desplazado varios metros. Bajé y vi el coche convertido en un móvil mixto, su mitad delantera seguía como siempre, la trasera era un amasijo de hierro y plástico irreconocible. Detrás había otro vehículo, ocupado por dos hombres, uno, mayor, lo conducía, otro, mas joven, lo acompañaba.

Sin inmutarme, saqué uno de los partes amistosos que llevo en la guantera, lo rellenamos, lo firmamos y nos despedimos sin ninguna hostilidad. Por suerte, había una grúa estacionada cerca. Siempre ocupa el sitio reservado para la parada del autobús. Inexplicablemente, nadie le dice nada. Se llevó lo que quedaba de mi coche, un Skoda Octavia, al concesionario más próximo, donde quedó hasta que yo hablara con la compañía de seguros.

Mi agente de seguros es un poco bandarra. Tiene un aire curial y unos grandes ojos místicos, un vozarrón de potencia operística que conserva un fuerte acento rural, y aunque se que alguna vez se ha mezclado en asuntos turbios, le tengo un afecto consolidado por el tiempo y por el hecho de que conmigo se ha portado lealmente.

Se que se ha largado de alguna compañía con el efectivo de los recibos de los clientes, y que en la actual ha suscitado algunas dudas sobre la veracidad de algún siniestro declarado por su mediación, para favorecer a alguien. A pesar de ese historial, no le he retirado mi confianza y nunca me he beneficiado de sus chanchullos.

Cuando intenté pasar el parte a mi agente, estaba de vacaciones. Esperé su regreso y se lo hice llegar. A los pocos días me avisó de la actuación del perito. Me llamó el concesionario para confirmarme esa visita, fui al taller y el encargado me informó que no había llegado a un acuerdo con la compañía, debido a discrepancias en el precio de la hora de taller.

Se extendió el encargado en explicaciones y me confió que ellos tenían un subcontratista que trabajaba mas barato, pero que si mi coche terminaba allí, el subcontratista no aceptaría el precio marcado por la compañía porque ellos, que le mandaban mas coches, lo impedirían. Me pareció un asunto raro, algo viscoso. Tuve que llevarme el coche a otro sitio, con una grúa, claro.

Por la tarde me llamó el perito. Le hablé de mi conversación con el encargado. Parecía interesado en los argumentos del concesionario. Cuando supo que se me había trasladado el argumento del precio, se escandalizó, como si se hubiera roto un pacto de confidencialidad y silencio.

Insistió mucho en que el precio no era el problema y aludió a la subcontratación insinuando que yo debía llevar el coche al taller subcontratado, pero cuando le pedí que me dijera, claramente, adonde debía llevar el coche me dijo que, de ningún modo, que yo era libre de llevarlo donde quisiera.

Cuando le dije, supongamos que lo llevo al mismo sitio, me contestó, entonces haremos una peritación sin compromiso. ¿Que significa eso?, le dije. Con una sonrisa aviesa, que se le vio a través del teléfono, aunque no era de pantalla, concretó. Pues, usted paga la factura de la reparación y la pasa a la compañía. No dijo, no hacía falta, que me pagarían un precio inferior, el suyo, al facturado por el taller.

Yo no quería verme envuelto en un conflicto ajeno entre compañía, concesionario y subcontratista, así que sugerí, ¿Porque no llevo el coche a un taller cualquiera? Aquí mismo, en la calle donde vivo, hay uno. Eso le pareció de perlas al perito. Haremos una peritación sin compromiso, dijo. Cuando me preguntó, ¿Entonces, está claro?, un impulso colérico me hizo elevar la voz y contestar, no, no está claro. Ya veré lo que hago. Colgué. A los diez minutos me llamó de nuevo. La fecha del parte. Que porqué había tardado tanto en entregarlo. Mi agente estaba de vacaciones, le dije. Cómo había ocurrido el siniestro, en fin, pegas.

Ese mismo día me llamó el conductor contrario. Le habían llamado de mi compañía, dos veces, para preguntarle por el siniestro, que como era eso, que si yo ya había arreglado el coche. Están evaluando los daños, le dije.

Llamé a mi agente. Tu compañía, ¿que está haciendo?. Por ahorrarse seis euros la hora de taller me está fastidiando ¿Prefiere que cancele mis pólizas, las de mis vecinos y amigos que han contratado con ellos porque yo les he dicho que pagan los siniestros sin marear la perdiz?. Te iba a llevar seis mil euros para el plan de jubilación, pero ahora me lo estoy pensando.

--No es eso. Es que las compañías tienen acuerdos entre ellas y esos acuerdos son de hierro, no van a pagar mas por la hora de taller que lo que tienen establecido. No van a romper esos acuerdos por el beneficio que les dan tus pólizas, que además te las puedes llevar en cualquier momento.

--Entonces, dime ¿Que hago?

--Las compañías lo único que intentan es amarrar y ratear en sus costes. Lo hacen todas. Me temo que no hay nada que hacer.

--Pues, ¿sabes?, tengo intención de pedirle un papel al concesionario, llevarlo al abogado, pedirle que le de la máxima difusión. Después buscaré a un especialista listo, que agrupe a los talleres de reparación y que presente una demanda colectiva ante el tribunal de defensa de la competencia contra tu compañía y las que comparten esos acuerdos, por abuso de posición dominante. Luego me pondré a escribir cartas a la prensa local y nacional y trataré de convertir este asunto de mierda en materia de telediario, lo que no será difícil, teniendo en cuenta que aún está reciente el conflicto de las grúas, y a los redactores les encantan las noticias que pueden estirarse días y días.

--Tu no sabes lo que dices. El tiempo que tendrás que dedicar a todo eso no te compensará los resultados.

--Tengo todo el tiempo del mundo. Aunque preferiría dedicarlo a otra cosa, no me resigno a dejarme presionar por esa gente.

--Mi consejo sincero es que llegues a un pacto y te dejes de actitudes buscapleitos. No te llevarán a nada bueno. Tu verás. Eres libre de hacer lo que quieres. Pero, no deberías meterte en charcos de los que puedes salir salpicado.

Cuando la gente como yo tiene que elegir entre dos alternativas, siempre termina por escoger la que le complica mas la vida.

Declarada la guerra a la compañía, durante los meses siguientes no pude ocuparme de otra cosa. Visitas a organismos oficiales, reuniones con abogados, visitas a talleres, consultas a especialistas. Horas y mas horas dedicadas a contactos con la prensa, cartas a los periódicos. No me quedaba tiempo para nada mas. La predicción de mi agente se estaba cumpliendo y no estaba obteniendo ningún resultado. Mi mujer me abandonó.

Abandoné mis gestiones, descorazonada, cuando, sin esperarlo, el telediario de la tarde dio la noticia de la presunta existencia de un pacto entre compañías de seguros, que estaban abusando de su posición dominante en perjuicio de sus usuarios y proveedores de servicios.

Al día siguiente, recibí una llamada de la compañía ofreciéndome una peritación completa y conforme de los daños de mi coche y la posibilidad de llevarlo a reparar a mi concesionario, sin ningún problema.

Cuando retiré el coche reparado, pensé que el coste de aquella pelea había sido excesivo. Dos meses de mi vida y el fracaso de mi matrimonio era demasiado, pero me quedaba un resto de satisfacción por el desenlace justo de aquella difícil prueba. Mi sentido de la dignidad se había reforzado.

Dejé el coche estacionado y me fui a descansar. Me sentía agotado por el trajín de los últimos meses. Dos días después fui a por el coche, para reanudar mi trabajo, pero no estaba donde lo dejé. Por la tarde recibí una llamada anónima. Mi coche estaba, inservible, en un desguace próximo. Fui a reconocer su estado. Abrí, con dificultad, la puerta del conductor de lo que volvía a ser un amasijo de hierros. En el suelo encontré una tarjeta de visita, que debió caerle a alguien de la compañía.

Pensé en lo que podía haber sucedido. La compañía habría llamado a un tercero, alguien que les hacía los trabajos sucios. --Oye, llama a quien tu sabes y que estrelle el coche del pájaro ese y que se lo lleven al desguace. No queremos volver a oír hablar de el.

La pérdida del coche me impidió volver a trabajar. Como no encontraba trabajo, mi mujer se negó a volver conmigo. Después de la pérdida de mi mujer, de mi trabajo, del coche, no me apetece vivir en un mundo dominado por las grandes corporaciones. Ahora ya sabéis el motivo de mi nota en el cuaderno de planificación. Veintitrés horas. Suicidio.”

Concluida la lectura de las notas halladas entre las hojas de la novela de Chandler, abrí la ventana del apartamento. Un viento gélido helaba el asfalto de las calles de Heliópolis, en uno de los días mas crudos del invierno. Arrojé el puñado de hojas sueltas por la ventana y cayeron planeando como aviones de papel. Al llegar al suelo, observé como el rodillo de una apisonadora que realizaba obras en la calzada las dejaba pegadas en el asfalto helado.”

CONTINUARÁ

LOHENGRIN (CIBERLOHENGRIN.COM) 30-10-09.

EL JARDÍN DE HELIÓPOLIS (XXX)

LA PÁGINA CIEN. (…) “Hoy he llegado a la página cien de mi cuarto proyecto de escritor secreto. Digo proyecto, porque me parece poco apropiado llamar manuscrito a algo escrito con ayuda del
ordenador, y digo secreto, porque maldito me parece exagerado. Para convertir esta modesta efemérides en una comida familiar, me he acercado al mercado.

En los puestos de verduras había bastante gente. He conseguido un par de tomates de Pinedo, una lechuga, media docena de rábanos y un par de pimientos italianos. Del salazón he traído un tarro de bonito en aceite, aceitunas verdes y anchoas curadas. Después he visto unos champiñones de una blancura sin mácula y he comprado media docena. Eran de buen tamaño. Convenientemente laminados mejorarán la ensalada.

Una vez aprovisionado con los ingredientes para la ensalada, he comprado una sepia fresca y una bolsa de ibéricos. Además he encontrado un buen queso de pastor, cremoso, para gratinarlo sobre tostas.

Mi mujer se encarga de preparar las croquetas de pechuga de pollo y el plato fuerte de su especialidad, el arroz al horno. El tiempo empleado en el mercado y los preparativos previos nos han tenido ocupados hasta la una. A partir de esa hora, con la división de trabajo que ya tenemos establecida por la costumbre y la disciplinada rutina de siempre, hemos dispuesto de hora y media para poner la mesa, preparar todos los platos y dejarlos listos para servirlos.

A las dos y media han llegado puntuales los comensales –ocho en total-- que traían una botella de vino tinto Vera de Estenas y una tarta semifría de yema quemada y chocolate, además de un libro de Ferrán Torrent, a quien leo de vez en cuando, más cuando me regalan algún ejemplar suyo.

Después de comer, antes del postre, hemos pintado sobre la superficie de la tarta el número de esta página y, después de consumirla en porciones, nos hemos tomado un café vienés a nuestra salud, y a la de los improbables lectores de estas líneas que, si alguna vez acceden a ellas, será como consecuencia de alguna prospección arqueológica, seguramente. orientada a conocer las costumbres del siglo veintiuno, quién sabe cuándo.

No ha estado mal, la celebración del 'centenario'.

Un día después de esa celebración, recibimos la visita de un invitado rezagado. Como no le esperábamos, volvimos de la compra con el tiempo justo para preparar la comida. Corté en juliana un pimiento rojo y unas carlotas, las escaldé ocho minutos, después corté el calabacín y lo cocí cinco minutos. Preparé una vinagreta. y puse tres patatas lavadas con piel en el microondas

Mientras tanto, mi mujer rebozó con harina y huevo unos tacos de lomo de bacalao fresco, y los frió en aceite bien caliente. Montamos los platos justo a tiempo. El bacalao con la verdura en juliana, aderezada, la patata asada y unos tomates secos en aceite de oliva que teníamos en la despensa. Gustó. Un plato saludable. La cocina nos relaja Nos hace olvidar las cosas menos amables de la vida

Hay un camino que se bifurca en mi jardín. Según la dirección que tome, me conducirá a la explicación de porqué se suicidó el náufrago, o a las preferencias gastronómicas de mi mujer. Entraré, primero, en la senda de la gastronomía, y .luego tomaré la del náufrago.

La percepción de los placeres, o displaceres, gastronómicos es una cuestión, como la pintura, de gustos. A mi mujer no le gustan las crestas de gallo en pepitoria, detesta las anguilas, le repugnan los caracoles, odia las mollejas con salsa de ciruela claudia, rechaza las ancas de rana fritas, se niega a probar la sangre con cebolla, no quiere oír hablar del hígado encebollado, ni de los riñones al jeréz, le repele la tortilla de sesos, las criadillas no le gustan en ninguna de sus variantes, prescinde del pescado crudo, de los pajaritos fritos, de los callos a la madrileña, del asado de tira argentino, de los zarajos de Cuenca. No le gusta el hígado de oca, ni la lengua de ternera con infusión de romero y brandy. Pasa de todo tipo de huevas de pescado, por muy prestigiosas que sean. No le gusta el marisco crudo. Erizos y navajas, sobre todo, no están en la lista de sus apetencias.

Después de este somero listado, a nadie le extrañará que desprecie también los saltamontes fritos, las hormigas y las tarántulas a la brasa. Sin embargo, le gusta el rabo de toro. En el gusto, o disgusto, por la comida, como queda demostrado, la lógica no cuenta. Es cuestión de los sentidos. No puedo entender, ni falta que hace, como es posible que a mi mujer le guste el rabo de toro, después de leer la lista de sus rechazos, que he compulsado con ella. Pues si. Le gusta.

Conociendo sus gustos, cuando en Heliópolis se celebra una feria taurina, me entero de quien se ha quedado en subasta la carne de toro de lidia, procuro ir el primer día que la ponen a la venta y compro un par de rabos, bien desgrasados.

Después los tengo dos días mortificándolos con agua y sal, vinagre, ajos, cebollas y laurel. Cuando voy a cocinarlos troceo los rabos, un corte en cada rótula. En una cazuela de barro, con aceite de oliva, hago un sofrito de cebolla y carlota, con un ramito de hierbas aromáticas, sobre todo tomillo. Espolvoreo los rabos con sal y pimienta y los doro. Añado un vaso grande de Pedro Ximénez y cuando se ha reducido, añado agua suficiente para tres horas de cocción lenta.

Una vez terminado el guiso, paso la cazuela por el chino. Tengo un póster de Lao-Tsé en la cocina y acostumbro a someterme a su benevolencia para que me salga bien la salsa. Pronuncio las palabras rituales y doy el guiso por terminado. En general, si se tiene la paciencia oriental de dedicar casi toda la mañana a la cocina, Lao- Tsé suele ser benevolente.

La cocina es, después de todo, cuestión de gustos, pero también de tiempo. En la casa de mi infancia, después de la vuelta de Sigfrido de sus vacaciones de once años en el penal de San Miguel de los Reyes, por motivos políticos, nos reuníamos alrededor de una mesa con mantel blanco, junto a una jarra de cerveza, unas costillas de cordero y una docena de patatas asadas con 'all i oli', para ejecutar el ritual de la tradición oral, y en las largas sobremesas, lo que mas recuerdo es la sustancia libertaria que presidía aquellas reuniones, que el entorno represivo de la época no conseguía erradicar.

Esa mesa vestida con mantel blanco, las copas de cristal, la jarra de cerveza y la fuente con las costillas de cordero, fueron el escenario de las conversaciones que se prolongaban durante horas y la fuente narrativa oral que asentó en mis raíces la afición por la escritura y las mesas bien puestas.”

CONTINUARÁ

LOHENGRIN (CIBERLOHENGRIN.COM) 30-10-09.

domingo, 25 de octubre de 2009

AVISOS Y ESPANTADAS

Cuando alcancé la página cien de la versión escrita en papel de 'EL JARDIN DE HELIÓPOLIS', me organizaron una comida familiar para celebrar esa mínima efemérides. Ahora, cuando estoy a punto de volcar en el Blog la página equivalente de su versión para Internet, me apetece igualmente festejarlo y celebrar, además, que no dependo de ningún editor que me llame a todas horas con el móvil, para decirme que me levante y escriba.

Por esa razón, me voy unos días a un lugar de los Montes Universales para solazarme con los colores del otoño. A mi regreso, me propongo --uno nunca sabe lo que le deparará el azar-- seguir con ' EL JARDÍN..' contando los detalles gastronómicos de esas celebraciones.

Como ya es costumbre de la casa, dejo abiertas, a disposición de los usuarios, las mas de setecientas entradas que configuran el Blog, que es, por su extensión, algo mas, o algo menos, según le parezca a cada cual, que un jardín.

Agur.

Un saludo cibernauta.

LOHENGRIN (CIBERLOHENGRIN.COM) 25-10-09.

sábado, 24 de octubre de 2009

EL JARDÍN DE HELIÓPOLIS (XXIX)

TEORÍA DEL IMPERIO. (….) “Las palabras que siguen se escribieron originalmente en los días de la connivencia entre Bush y José María Aznar para la invasión de Irak. y el momento de la reelección de Bush. Al releerlas, antes de publicarlas en el Blog, me he dado cuenta de que están libres de la pasión del panfleto, de que apenas personalizan y su contenido es básicamente teórico, por lo que me ha parecido oportuno ponerles un título coherente con su contenido.”

“El griterío del exterior llega hasta los jardines mas recónditos, virtuales o no, incluido el mío y aunque estoy tratando de reconocerme en el estado contemplativo de una tarde de invierno no puedo ignorar que, fuera, ayer fue el primer el primer martes de noviembre, después del primer lunes –vaya tontería, ¿no?-- y no quisiera quedar al margen sin dar mi propia visión –totalmente innecesaria-- sobre las elecciones en USA que tienen en vilo a la opinión mundial.

El solo hecho de que la inmensa mayoría de la gente corriente esté pendiente de un acontecimiento electoral para el que no está censada –con independencia de a quien se atribuyan los mejores resultados-- ya indica que estamos maduros para reconocernos como súbditos de algún poder imperial.

La bueno de los imperios es que, hasta ahora, todos desaparecen pero sus súbditos les sobreviven.
Seguro que alguien tiene un amigo romano que prepara unos excelentes espagueti a la carbonara, pero el imperio romano ya no está.

'El señor Ibrahim y las flores del corán' es una estupenda película, interpretada por un egipcio que se hizo actor para poder compartir plató con Julie Christie en Zhivago, y ligar con ella, pero las dinastías imperiales faraónicas hace siglos que se redujeron a un asunto de arqueología turística.

En general, cuando un imperio se va, son las élites dominantes que lo edificaron las que desaparecen con el y lo que queda suelen ser meros despojos materiales, pasto para los viajeros futuros aficionados a las piedras.

Si usted se toma un café vienés en la Ringstrasse, solo encontrará algún rastro broncíneo de Francisco José –ese roquero de largas patillas-- que se pavoneaba por Europa con las mismas chaquetas de atrezzo que lucía Elvis en su época mas decadente, para afirmar su condición de jefe del imperio austro-húngaro, pero de ese conglomerado político militar solo encontrará residuos de interés local. En cambio, el vienés que le presente la astronómica cuenta, ese superviviente de las glorias pasadas, es tan real como la disparatada suma que le exigirá por un modesto café.

Los imperios que han desaparecido recientemente, como el británico, todavía conservan, aun después de muertos, una cierta fascinación entre las gentes que vivieron bajo su régimen y le han sobrevivido. Según se dice, los diplomáticos ingleses van por el mundo como si aún fuera suyo, lo que les convierte en los mejores profesionales de la diplomacia, después de los del Vaticano, otro caso de imperio muerto que conserva cierto poder de seducción.

Por el contrario, los nuevos poderes imperiales emergentes, carentes del aparato simbólico explícito que caracterizó a los imperios antiguos, solo disponen de su potencia militar para demostrar al mundo su hegemonía, de ahí que la utilicen a menudo de manera desproporcionada y poco oportuna, porque por encima de las necesidades estratégicas que se declaran para justificar su uso, flota el mesianismo de las minorías que creen encarnar la construcción de un nuevo orden imperial, pero perciben que, sin esas demostraciones de fuerza, el mundo no acabará de asumir su condición de predio dependiente.

Los que están lejos de esa metrópoli tampoco acaban de percibir con claridad cual es su relación con esos centros de poder. Algunos rechazan, desde una posición de legítima independencia, mas o menos virtual, la presión de esa hegemonía. Otros se pliegan, invocando un pragmatismo también discutible, a la voluntad impuesta.

¿Y los ciudadanos de la metrópoli del imperio emergente? Dado que la construcción del entramado imperial es una cuestión de camarillas, o si se quiere, de minorías, es razonable suponer que la gente de a pie no es consciente de que la política exterior de su país es percibida por algunos de sus destinatarios como una agresión imperialista y por consiguiente no entienden la hostilidad creciente contra esa política en las 'provincias' alejadas del centro.

Los aficionados a la historia se opondrán, con razón, al enfoque demasiado simplista –residuos materiales para turistas-- de las influencias de los antiguos imperios en las sociedades actuales. El derecho romano, la decantación de las costumbres, las influencias culturales, artísticas, y demás, que hacen de nuestro tiempo una compleja suma de las influencias de otras épocas, todavía perviven en alguna medida Pero esto no es un tratado de historia, es un desahogo narrativo y se trata de profundizar en los entresijos de los poderes imperiales emergentes.

La condición necesaria para que un poder imperial emergente se consolide, es la connivencia con las élites locales de los dominios que se pretende colonizar. Esa complicidad se establece en el punto en que las oligarquías perciben mayores ventajas para ellas en la sumisión asociativa al poder imperial que en la defensa de una independencia que consideran, desde un pragmatismo cínico, carente de contenido para sus fines prácticos.

Ningún imperio puede funcionar ni consolidarse sin la actitud colaboradora de las minorías locales dominantes, pues si no se asume esa relación de sumisión de buen grado, el coste de obtenerla por la fuerza de las armas en todos los territorios que se pretenden colonizar sería, sencillamente, inviable para la potencia imperial.

En este momento, en España, las declaraciones de los jefes de los partidos conservador y socialdemócrata que definen su visión de las relaciones con la potencia imperial son absolutamente transparentes. Los conservadores reconocen de modo explícito la capacidad de movilización del poder imperial de la potencia dominante y reivindican lo que ellos llaman una política de alianza.
Pero, solo puede haber alianza, cuando existe simetría entre iguales Lo que los conservadores llaman alianza, debido a la asimetría de poderes que se da en todos los ámbitos entre las partes es, a mi parecer, una asociación de sumisión entre el país dominado y la potencia dominante. Una relación de conveniencia entre las élites imperialistas y las oligarquías locales que hacen de esa sumisión un negocio provechoso para ambos.

Los socialdemócratas por su parte, reivindican una relación de Estado a Estado, en un plano mas equilibrado que el puro sometimiento. Conscientes de la presión de los poderes imperiales emergentes, orientan sus alianzas a países o bloques de países que tratan de resistir, como ellos, el predominio absoluto de la potencia dominante, intentando un juego mas equilibrado de la política internacional, basado en la influencia relativa que pueden ejercer –si se cohesionan lo suficiente--
las países que buscan alternativas y tratan de actuar de contrapeso de las ambiciones imperialistas de la potencia dominante.

En ese juego entre minorías locales que buscan alianzas para constituir bloques de mayor peso relativo en el escenario de los conflictos de poder, está la clave de que se imponga o no la supremacía de los poderes imperiales dominantes al resto de los actores, y si estos se enfangan en divisiones internas y no logran constituir un auténtico bloque alternativo que, digamos, se haga respetar, en la medida en que las minorías que prefieren colaborar con la sumisión se multipliquen,
la estructura de poder imperial se verá reforzada, sin necesidad de dedicar grandes recursos a operaciones coercitivas basadas en el uso de la fuerza militar.

Si en ese juego prevalecen al final las minorías locales proclives a la sumisión a poderes ajenos y como consecuencia de ello las aspiraciones imperiales terminan por consolidarse, estaremos en un escenario en el que se impondrá la hegemonía del poder imperial.

Si así sucediera, como en los demás imperios, esa hegemonía solo será temporal. Lo único que podemos decir con cierta seguridad es que, si Estados Unidos resulta ser, finalmente, la potencia dominante del siglo XXI, con el paso del tiempo, las entradas para visitar el Capitolio cuando solo sea un resto arqueológico del último imperio tendrán un precio similar al que cuesta una visita a la pirámide de Keops.”

CONTINUARÁ

LOHENGRIN (CIBERLOHENGRIN.COM) 24-10-09.

EL JARDÍN DE HELIÓPOLIS (XXVIII)

(….) “Soy un aficionado al anarquismo. Me viene de familia. Mi abuelo fue compañero del Noi del sucre, su hijo fue uno de los firmantes del manifiesto de los treinta, gobernó Cuenca en plena guerra civil, haciendo devolver a los funcionarios las máquinas de escribir que se habían llevado a su casa, y compraba azúcar en Marsella para el gobierno republicano, pero en casa no había azúcar.

Soy el epígono deslucido de esa tradición familiar, en unos tiempos complicados para la defensa de la acracia. En casa no había azúcar y esa falta de glucosa en el momento crítico de mi crecimiento debió afectar al normal desarrollo de mis funciones cerebrales, por eso estoy ahora inmerso en la absurda tarea de escribir para no ser editado.

El abuelo Vicente vivía a salto de mata. Viajaba en vagones de mercancías con falsas identidades y cuando se dejaba caer por casa dejaba preñada a la abuela, que parió cinco hijos, sin contar los que se deshizo. Vicente les puso nombres libertarios.y algo wagnerianos. Sigfrido, Helenio, Walkyria, Genoveva y Alpina. Isabel, mi abuela, iba luego de tapadillo a la parroquia y los bautizaba con nombres cristianos, por lo que pudiera pasar.

Esa dualidad, esa ambigüedad, ha marcado mi existencia ambivalente, siempre con un pie dentro y otro fuera del sistema, sin acabar de comprometerme del todo, conforme con el estatus de simpatizante activo del movimiento libertario, ni carne ni pescado.

En casa no había azúcar y esa falta de glucosa digo yo que tendrá algo que ver con el hecho de que esté obligado a tomar dos tabletas diarias de litio, desde hace veinte años, para disimular mi rareza, lo que no es nada complicado en un mundo donde una buena parte de la población soporta una normalidad precaria de su sistema nervioso, derivada quizás del ritmo excesivamente veloz que imprime el mercado.

Cuando era niño, el mercado era un lugar agradable y colorista donde se podían escuchar los pregones de la mercancía que se ofrecía a los compradores. Ahora el mercado es el nuevo Leviatán, un monstruo que está desplazando al antiguo, el Estado, y que se sirve de el para aumentar a dentelladas el tamaño de su tarta, a costa de la cosa pública.

Los libertarios nunca fueron partidarios del Estado, pero algunos se han dado cuenta de que hay ciertos aspectos de esa estructura de poder que, conducidos del modo adecuado, pueden actuar de freno y contrapeso a la insaciable codicia de aquellos que se ocultan tras la máscara del mercado.

Hemos comenzado el siglo obligados a protestar contra una guerra que se inició por esa codicia enmascarada tras el mercado. La guerra de Irak. Un siglo antes, Vicente, mi abuelo, tuvo que oponerse en la prensa contra la guerra colonial de Marruecos, en un llamamiento a las madres para que se negaran a la leva de sus hijos.

Después de publicar aquel artículo pacifista, Vicente tuvo la guasa de visitar al jefe militar de la plaza, el general Palanca, sin darse a conocer, para interesarse por las consecuencias de aquella intervención en la prensa que, dijo, había escrito su hermano. Cuando Palanca le dijo que aquello merecía consejo sumarísimo y fusilamiento, si pillaban al autor del escrito, el abuelo emigró a Marruecos, donde conoció a Abd el Crim.

El abuelo Vicente tuvo una muerte prematura y violenta, antes de cumplir los cuarenta, lo que parece coherente con su vida aventurera y comprometida, y con el grado de violencia que asolaba entonces el país, muy superior a la que circula ahora por estos pagos, aunque los actuales medios de difusión publicitan mucho la que hay y como, en general, tenemos poca memoria histórica, nos faltan elementos de comparación que nos permitan matizar las cosas.

Soy un simple aficionado al anarquismo, tocado por la ambivalencia y la ambigüedad, siempre basculando entre un cínico conformismo y un compromiso ético. En casa no había azúcar y esa falta de glucosa en el momento crítico de mi crecimiento me ha convertido en un sujeto a medio cocer, que ahora expresa sus dudas mediante el procedimiento irracional de elaborar una escritura para no ser editada.”

CONTINUARÁ

LOHENGRIN (CIBERLOHENGRIN.COM) 24-10-09.

viernes, 23 de octubre de 2009

EL JARDÍN DE HELIÓPOLIS (XXVII)

(….) “El cielo cubierto oculta el sol en Heliópolis al comenzar el día y esa bóveda gris amenaza, de nuevo, con regalarnos un día intensamente invernal, pero esa sensación no es nada comparada con la atmósfera pútrida que se respiraba ayer en el hospital que visité por la tarde.

Una mezcla de orines y otros fluidos corporales emitía un olor que se fundía con el agresivo aroma del bacalao con tomate, con mucho tomate, de las cenas de los residentes, que salía de las cocinas y junto con los efluvios de los desinfectantes y otros productos de enfermería, construía un magma odorífero de difícil identificación, pero de un efecto contundente. En fin, olor a hospital.

En el espacio sin tiempo de mi infancia esos olores estaban ausentes. Todavía no teníamos ningún muerto en la familia cercana. Los mas niños vivíamos ajenos a todo aquello que no formaba parte del escenario lúdico de nuestros juegos, hasta que una tarde gris de noviembre, como la mañana de hoy, un caballero desconocido con polvo en la levita, nos leyó en el barro de las calles los avatares de nuestras vidas adultas y la fecha exacta de su término.

Ahora, desde hace mucho, mucho tiempo, ya soy adulto y he bajado a por un cartucho de tinta para la impresora Epson Strylus CX3200, pero todo está chapao. Tengo la manía de imprimir todo lo que escribo en el día. Una muestra de desconfianza en los archivos magnéticos, típica de la generación pre informática, criada en la calle junto a la mula del lechero.

La tienda de reciclados estaba cerrada, pero por el camino se ha materializado en mi presencia la figura de una mujer que parecía proceder de un lienzo de Boticcelli, del que tal vez ha descendido para pasear al perro.

La blancura marmórea de su piel y su pelo rojo, coronando una estructura ósea perfecta, el zigzag de sus caderas, cubiertas con una falda de textura muy delicada, toda su presencia, en fin, proclamaba su perfil de musa renacentista.

Un hálito de perfección en la búsqueda de la belleza, caminando tranquilamente por la calle, lo que parece sugerir que no es necesario visitar el Tissen para disfrutar del arte, basta con abrir los ojos a lo cotidiano, aunque lo que allí es abundancia, aquí es pura rareza.

Ahora estoy aquí, frente al ordenador, con las axilas sudadas por la calefacción excesiva, la cabeza rapada, una pequeña herida en el mentón y un pantalón a cuadros imposibles, y pienso en los dandis que iban a buscar las fuentes del Nilo o a pisar las cumbres del Kilimanjaro, sin renunciar un ápice a su elegancia victoriana de cuello duro, corbatín y sombrero. 'Esto es una selva' –sospecho que pensarían--' pero yo no tengo porqué vivir como un salvaje.'

Desde mi vulgaridad cotidiana, aprecio los esfuerzos de los dandis y de los artistas renacentistas por defender una ética de la elegancia y la belleza, aunque la pusieran al servicio de los duques venecianos o del imperio.

Esa mujer de belleza pálida que he encontrado en la calle, con su aire de madonna renacentista, me conmueve con su sola presencia, me reconcilia con la fealdad y la vulgaridad cotidianas, les da un sentido, tal vez están ahí para poder reconocer la belleza en la contemplación de esa rareza.

Ni siquiera la mediocridad de la luz de esta mañana de invierno, con el sol oculto detrás de las nubes, puede impedir el esplendor de esta mujer desconocida, con su piel iluminada por su propia palidez, que tanto recuerda a las mujeres de Boticcelli, encerradas en sus marcos de madera dorada en las salas del Tissen.

Llueve. Las gotas de agua resbalan sobre el cristal de la ventana de mi gabinete. Al estruendo del trueno, le sigue un violento viento que estrella con mas fuerza la lluvia contra la ventana y la tormenta eléctrica se acerca con sus amenazantes demostraciones de fuerza. Bajo la persiana y pienso en lo que escribiré mañana. Algo sobre los anarquistas históricos de mi familia. “

CONTINUARÁ

LOHENGRIN (CIBERLOHENGRIN.COM) 23-10-09.

EL JARDÍN DE HELIÓPOLIS (XXVI)

(….) “En las primeras ochenta y nueve páginas dedicadas al jardín –en el Blog son unas pocas menos por los recortes y apaños- me he dedicado a mis inconsistencias literarias, a la creación de atmósferas, a los lugares imaginados, a historias del pleistoceno, a enigmas de autores muertos y a los muertos cotidianos. Mi intención ahora es dedicarme a asuntos mas coloquiales, pero entre esos asuntos está ahora Mar Adentro, una película estrenada cuando escribí por primera vez estas líneas, así que antes de abandonar del todo el territorio de los muertos –día de difuntos, suicidio del náufrago y demás-- pasaré por la eutanasia.

Esta tarde iré a ver Mar Adentro, aunque tengo la sensación de haberla visto ya. Es tal la profusión de imágenes publicitarias, comentarios, fotografías y entrevistas que se le han dedicado para su promoción, que me parece haber vivido dentro de la película estos últimos días. --Si quieres, no vamos, me ha dicho mi mujer, preocupada por el efecto en mi ánimo de un tema tan doloroso, pero yo he percibido a través de las secuencias entrevistas, el toque Zen pasado por Lao-Tse con el que
Amenábar le ha quitado hierro al asunto, y como ha dulcificado con la dosis adecuada de lirismo la dureza del tema.

Si estás inmovilizado en una cama, el taoísmo es tu billete filosófico para que puedas visitar el mar galaico, por menos precio del que piden las agencias de viaje fuera de temporada. Cuando regresas de ese relajo puedes volver a tu estado de iluminación mediante la práctica de la meditación Zen.

En cuanto a morirse, es una resignación a la que, si vives lo bastante, te vas acostumbrando. La forma es lo de menos. Tanto si te ayudan los amigos, como si te acuchillan Bruto y sus secuaces, el resultado es el mismo. Estas muerto y basta.

Parece algo brutal, expresarlo así, pero a veces, sin darse cuenta, uno es algo brutal. Unas veces sensible, otras brutal. Lástima que no busque a nadie que me promocione. Estoy seguro de que esa mezcla contradictoria tendría éxito en la audiencia, convenientemente apoyada en un esfuerzo de promoción adecuado, sin eso, no te estrenan.

Estoy leyendo el periódico en el jardín, en la tarde invernal y encuentro, con frecuencia, columnas escritas que se nutren de noticias aparecidas en el mismo diario con alguna antelación, como los fagocitos que se nutren de partes de un organismo destinado a desaparecer. Hoy me apetece ensayar esa técnica carroñera. Si lo hacen otros, y les pagan, porqué no hacerlo yo.

El País de ayer lleva un titular en primera que invita a la reflexión. 'El Gobierno implantará el inglés a los seis años y el segundo idioma a los doce'. Al sur de esa frase, escrita en tipos del treinta y seis, hay una foto de Carmen Cervera junto a un cuadro de Gauguin.

Al leer esa noticia, uno imagina una fila de chavales que acaban de cumplir seis años, pasando por las manos del neurocirujano que les implanta, mediante un sencillo procedimiento, el chip del inglés y al salir de la sala, cumplido el trámite, todos recitan con la misma entonación, --thankful very much.

Los mas mayores, los de doce, saldrán en silencio, con un aire soñador, pensando en cuanto van a ligar en la escuela de idiomas gracias a su segunda lengua, con las nenas que aprenden allí español para extranjeros.

En cuanto a Goguen –para entendernos-- su semblanza en el periódico cuenta que, como el náufrago defenestrado, 'Dejará su trabajo en la bolsa, convencional y seguro, para sumergirse en una agitada aventura que lo llevará al otro lado del mundo en su obsesiva búsqueda de lo salvaje, de lo primitivo, en su afán de recuperar el viejo Edén que la civilización había sepultado en su disparatado frenesí por conquistar el futuro'. Exageraciones. Las mujeres le gustaban mas que la pintura. Si hubiera nacido mas tarde, se habría arreglado con un charter a Cuba.

Terminada la lectura del periódico, busqué entre los papeles viejos del náufrago. Una caja de cartón ondulado que contenía viejas historias.

“Durante cuarenta años trabajó en oficinas infames y oscuras. Cuando se jubiló intentó contemplar la grandiosidad del ocaso, pero había perdido su visión lateral. Se dejó dominar por el pánico y corrió hasta caer por el despeñadero. En el trance de la caída miró hacia abajo y reconoció una masa informe de restos humanos. Pertenecieron a otros que, como el, habían perdido su visión lateral, trabajando en infames y oscuras oficinas durante cuarenta años.

Pensó no escribir mas. Dejarlo ahí, en esa especie de epitafio de seis líneas, pero escribía por aburrimiento, nada que ver con el impulso creativo, vaya tontería, y mientras intentaba conciliar el sueño en el centro de la noche dio un paso, sin pretenderlo, en la dirección de transformarse en un puro núcleo contemplativo.

Intentaba concentrar su atención en la evocación de una imagen relajante que le ayudara a dormir, un bosque de árboles con los colores del otoño, cuando visualizó una línea de crestas coloristas que tenía todas las trazas de ser el espectrograma de su actividad eléctrica cerebral. Después se quedó dormido y su temperatura descendió

Pasó del estado sólido al gaseoso, tuvo una polución nocturna producto de la condensación de ese vapor y cuando volvió a ser sólido, ya en la vigilia, intentó de nuevo visualizar esa forma de energía que había vislumbrado, pero esa manifestación energética se había disuelto en el fragor de la noche y su cerebro volvía a funcionar a menos revoluciones, como el motor de un coche en espera de continuar la marcha, sin ninguna señal de aceleración.”

No recuerdo haber leído la descripción de un proceso semejante en los ensayos y tratados de Freud y sus epígonos. Tampoco recuerdo haber leído esos ensayos y tratados. Los misterios de la mente siempre me han parecido insondables, pero conservo la sensación de que mi amigo, el náufrago, antes de su malogrado final, había intentando dar un paso hacia su transformación en un puro núcleo contemplativo.”

CONTINUARÁ

LOHENGRIN (CIBERLOHENGRIN.COM) 23-10-09.

jueves, 22 de octubre de 2009

EL JARDÍN DE HELIÓPOLIS (XXV)

(…) “No se escucha el canto de los jilgueros. Solo se oye el bronco zureo de los palomos que ahora ejercen el dominio sonoro del viento en el tercer día del invierno. Ayer dormí poco y mal. Me he despertado algo cansado. Mientras desayuno descubro en un diario atrasado la noticia de la constitución de una asociación de enfermos bipolares. Sin ánimo de molestar a nadie, solo por comenzar el día con una diversión inocente que me alivie de la falta de sueño reparador, juego a imaginar como podría haber sido el acto de constitución de ese grupo solidario.

Preside el honorable Bonaparte, con su fajín y el pecho cubierto de medallas, la mirada algo torva y una expresión de cansancio en el rostro, por el trabajo agotador de someter a Europa y sus barrios vecinales a sus excesos megalómanos.

Sobre el estrado hay un retrato de Akenaton, que reinó en Egipto con el nombre de Amenofis IV, hasta que sus excesos absolutistas le llevaron a ser proclamado dios. Entre el público que asiste al acto está Eugenio, mi vecino de la veinticinco, que ha hecho una excepción para estar presente, pues nunca sale de casa, salvo para bajar la basura, convirtiendo así su síndrome de bipolaridad en una preferencia por la invisibilidad.

Está ausente el bipolar del portal de enfrente, a quien veo con alguna frecuencia pasear por la acera su deteriorada humanidad. Al parecer dedicó su pensión de incapacidad a combinar con alcohol y otros euforizantes los estímulos que a veces se derivaban de su trastorno, hasta que tuvo que ceder la tutela de sus cuentas bancarias y de el mismo. Ahora pasea por el barrio los residuos de su materialidad en declive.

Yo envíe un delegado al evento, no me apetecía acudir personalmente sin ser informado antes de que iba la cosa. En esa época, andaba peleando con mi propio trastorno bipolar. Llevaba treinta días navegando por aguas fronterizas entre el animo deprimido y estable, con episodios tempestuosos que me arrojaron, a veces, a las costas bipolares, pero terminaba por recuperar el rumbo y, de popa a esas latitudes me alejaba, aprovechando el viento de poniente, hacia aguas tranquilas.

Al regreso de esas singladuras, seguía viviendo en Heliópolis, pero alguna de esas temporadas de inestabilidad en medio de la tormenta me hizo regresar, con una luenga barba, vestido con un poncho raído y portando un largo cayado en la mano, predicando, como un iluminado, las verdades del barquero a los atónitos oyentes que me escuchaban espantados, aunque reconocían una cierta autenticidad en mi discurso.

Luego me despojaba de los harapos que me cubrían, me afeitaba la barba y después de vestirme con ropa urbana, tomaba mi guitarra española y me iba a los patios de operaciones de las sucursales bancarias, a recitar a los directores los productos artísticos de mi sensibilidad un tanto agitada.

Alarmados mi familia, compañeros y amigos, de aquel extraño comportamiento, la cosa se controló con una cura de sueño que se prolongó durante un mes, después de lo cual, me incorporé a la vida cotidiana. Aunque ya nada volvió a ser exactamente lo mismo. Volví a estudiar a la facultad, retomé mis obligaciones laborales y con el tiempo acepté un tratamiento preventivo de base que me mantuvo alejado de mis viajes tempestuosos y me permitió llevar una existencia razonablemente normal en aguas quietas.

No me apetecía rememorar aquella época de inestabilidad y por eso envié un delegado para que me representara en aquella asociación. Mi delegado era un náufrago, como yo lo había sido y, cuando terminó el evento, vino a cenar conmigo para contarme como había sido la cosa.

Subimos a la azotea, extendimos un tinglado precario que usábamos, a veces, para esos fines y cenamos espagueti de pasta fresca con atún rojo y pisto, sin parmesano ni hierbas aromáticas. Liquidamos una botella de chianti y cuando el náufrago terminó de contarme los pormenores de la reunión, me quedé dormido, bajo un cielo de noche americana y una luna que crecía tras las palmeras del parque.

Desde su vuelta a Heliópolis, mi delegado, el náufrago, no conseguía sacudirse de encima un cierto síndrome de aburrimiento. No era una depresión. El era un experto en depresiones y lo sabía. Una depresión endógena no te abandona aunque te traslades de lugar y trates de distraerte. Si buscas ocupar tu excedente de tiempo en actividades mas o menos lúdicas y funciona, entonces no es una depresión, es solo aburrimiento.

El náufrago, para librarse del hastío que le amenazaba, planificó el fin de semana como una operación militar y funcionó. La mañana del sábado fue a la playa. En el marítimo se encontró con su amigo el infartado que corría, sudoroso, equipado con el pulsómetro, el busca, la gorra y demás accesorios que acostumbraba a llevar. Pasaron la mañana frente al mar, en las tumbonas. La mar estaba movida y el viento de levante era una caricia fresca que enfriaba la piel de la insolación invernal. Luego se fueron y tomaron un aperitivo con cerveza de malta, tibia.

El domingo visitó una exposición de pintura, en la sede de una institución financiera de las que se ocupan, para lavar su imagen, de patrocinar el arte. La colección Oscar Ghez del Petit Palais de Ginebra. María Blanchard, un par de Renoir, pequeños, un hermoso desnudo de Kisling; Chagall, Max Jacob, en fin, el París de 1900 a 1930, visto por algunos de sus observadores.

Por la tarde se dedicó a otra de sus aficiones. Le quedaban tres amigos. Una cifra razonable, teniendo en cuenta que había abandonado casi todas sus actividades. Jugaba con ellos partidas al Continental. Cuatro jugadores. Dos barajas. Un juego que comienza con el reparto de siete cartas a cada jugador –una para los descartes-- para ligar dos tríos, y progresa en dificultad hasta concluir con trece cartas que hay que convertir en tres escaleras de color. En cada mano, se añade una carta al reparto. Un juego muy matemático. Puedes pedir el descarte de otro compañero, si te penalizas con otra carta. Hay una cierta competencia por obtener los descartes ajenos, que se resuelve por el orden de mano. Las partidas no suelen durar menos de una hora. Se requiere una atención concentrada. Si te distraes un segundo o cometes un error, sueles perder la partida. Esa tarde, perdió una y ganó otra. Después, tomaron unos emparedados y se despidieron hasta otro día.

Cuando quedó solo, el náufrago consultó el contenido del memorándum de planificación de sus actividades de ocio y comprobó que había cumplido sus objetivos, al ciento por ciento.

El fin de semana siguiente, planeó la misma rutina, pero añadió un suceso nuevo. Cuando la policía encontró su cuerpo, bastante deteriorado, estrellado contra el asfalto, dio un vistazo al piso, en busca de evidencias. Al encontrar el memorándum de planificación de las actividades del difunto, leyeron la última nota. 'Veintitrés horas. Suicidio.' También en este caso, mi amigo el náufrago había cumplido con los objetivos fijados, al ciento por ciento.

El juez que se hizo cargo de las diligencias, después de hablar con amigos y vecinos, le dijo al médico forense.-- No me parece que esto sea un caso de simple aburrimiento. Parece algo mas complicado. --Cualquiera sabe. A menudo vemos cadáveres que han deseado serlo. Para mi sigue siendo un misterio la raíz de esa preferencia.”

Defenestrado el náufrago, puedo volver a la primera persona, que es mas directa, y a las cuestiones coloquiales.

CONTINUARÁ

LOHENGRIN (CIBERLOHENGRIN.COM) 22-10-09.

miércoles, 21 de octubre de 2009

EL JARDÍN DE HELIÓPOLIS (XXIV)

“HOY ES UNO DE NOVIEMBRE. Día de difuntos. Anoche recibí a unos amigos para cenar. Entramos con unos frutos secos y media botella de fino. Puse cerveza de malta 5,5º para acompañar la ensalada de lechuga en juliana, carlota rallada, bonito del norte, aceitunas verdes, rabanitos y huevos de codorniz, aliñada con aceite de oliva virgen, limón, sal y pimienta. Luego una botella de Barbadillo. Una bandeja de anchoas naturales sobre un lecho de rodajas de tomate. Queso de cabra gratinado sobre pan a la brasa con semillas de sésamo. Pimiento asado con bacalao y tortilla de patatas con tropezones de jamón serrano.

Todo en plan informal. Después, mientras vimos empatar al club local, un café irlandés, y luego unas manos al Continental. Perdí. Luego tomamos unos lácteos reductores del colesterol. Mi amigo dijo que aquello no servía para nada, porque el tenía un nivel muy bajo de colesterol en sangre, pero se le introduce en las arterias y se transforma en eritemas que las obstruyen. Yo, la verdad, no se que es eso de los eritemas y, además, acabo de levantarme y no tengo la cabeza muy clara todavía.

No suelo hacerlo, pero hoy he bajado al jardín por la mañana. Mi amigo, el del estudio de diseño, puso aquí en el jardín la luz de las seis de la tarde y resulta un poco extraño mirar desde el sillón el horizonte declinante de una tarde de invierno, y escuchar al mismo tiempo el toque de campanas, algo lúgubre, de las nueve de la mañana, que se expande desde las iglesias de Hleiópolis.

Coincidiendo con el toque de campanas, comienzan a desfilar por el jardín diversas personas a las que yo había conocido, pero a las que hace mucho tiempo que no veía. Ramiro, a quien vi por última vez en la sala diez del tanatorio municipal. De familia de marineros, los avatares de la vida le llevaron a realizar siempre su trabajo en tierra, y ahora conserva en sus ojos azules la nostalgia del mar. Gerard, que vivía en el ático. Siempre trabajó con alemanes, en una delegación de la industria de la imagen impresa, antes de que las cámaras digitales terminaran con el negocio del papel fotográfico. Una regulación de empleo. Aquello no le hizo mucho bien. Era demasiado joven para jubilarse y demasiado mayor para encontrar otro trabajo. La ansiedad se lo comió por dentro. Un día se lo llevaron para intentar reparar los destrozos de una peritonitis, y ya no supe mas de el. Ahora está aquí, con su aire manso de siempre y su voz tranquila, para dar testimonio de su presencia en un día tan señalado.

Después de Ramiro y Gerard, aparecieron una decena de personas, hombres y mujeres, todos vestidos de domingo, aseados, pero sin alardes, a los que no reconocí, pues, si acaso, los había visto de niño, pero todos parecieron reconocerme y me saludaron con discretas muestras de afecto.

Apenas permanecieron, todos ellos, unos minutos en la rotonda donde está la pajarera. Después, con el mismo silencioso orden con que habían aparecido, se fueron.

Salí a estirar las piernas por las calles llanas de Heliópolis –la cena y el consumo de alcohol de la noche anterior me habían entumecido un poco- y observé con atención a las personas con las que me encontraba. La hornera. --Una barra de cuarto, por favor. El estanquero. --Un paquete de Ducados, negro, blando. El vendedor de prensa. --Hoy me llevaré 'Levante' y la taza que trae. Los vecinos y vecinas que paseaban a sus perros, por las calles poco frecuentadas. Nos saludamos.

Cuando regresé a casa, lo hice perplejo por lo que acababa de descubrir. Las personas que había recibido en el jardín mientras sonaba el toque de difuntos eran, en todo, idénticas a las que me había encontrado en mi paseo matinal. Por mas que busqué, no encontré ninguna diferencia que los individualizara, entre quienes ya no estaban vivos y quienes, de momento, les sobrevivían. Enseguida me formulé, claro, la pregunta que todos ustedes suponen, ¿A cual de los dos grupos pertenezco yo? No encontré respuesta.

Entonces creí comprender el sentido de la --¿Podemos llamarla así?-- festividad a la que se dedica este día. Si todos somos vivos provisionales, y una parte de la gente tiene la creencia de que la muerte es un estado provisional, lo que yo veo de común en ambos grupos es eso, lo provisional de nuestra respectiva existencia, o no existencia. Tal vez lo que se celebra hoy es un encuentro entre iguales, marcado por una naturaleza común, aunque los que, de momento, sobreviven, sostengan la falsa creencia de que están vivos. Están vivos, si, pero solo por un tiempo, mas o menos dilatado.

Algunos de estos vivos que dejan correr la vida sin sentirse casi muertos, todavía se esfuerzan por reforzar su individualidad. Yo dejo correr la vida con la aspiración de extraer mi cosecha diaria del árbol de palabras, ahora seco por el frío del invierno y me dedico a la vida contemplativa desde este rincón del jardín que el proyectista ha diseñado para mí. Desde el sillón de mimbre observo el niño que fui, sentada sobre la plataforma del nenúfar y aunque es invierno en el jardín, fuera se escuchan los toques de campanas de las iglesias de Heliópolis, como si hoy fuera uno de noviembre y la ciudad estuviera llena de flores, trasladadas de un sitio a otro, y la fragancia que dejan en el camino es como un rastro odorífero que cubre las calles llanas y monótonas, ocultando, temporalmente, los olores de alcantarilla que afloran cuando se aproxima una tormenta.

Ayer llovió en Heliópolis y el viento del sur ha terminado por secar el asfalto mojado, pero en el jardín de papel nunca llueve y los árboles, arbustos y flores, están siempre iluminados por la luz de las seis de la tarde, y aunque en el exterior todavía asoman los restos del otoño, el jardín seguirá siendo invernal, hasta que yo decida visitar la carpeta y extraer la representación primaveral del mismo espacio.

Se podría decir que, por ahora, vivo en dos tiempos distintos. Uno interiorizado por el estatismo crudo del jardín, y otro caracterizado por las señales que me llegan del exterior. Y esta dualidad temporal me enriquece, aunque es un poco inquietante.”

CONTINUARÁ

LOHENGRIN (CIBERLOHENGRIN.COM) 21-10-09.

martes, 20 de octubre de 2009

EL JARDÍN DE HELIÓPOLIS (XXIII)

HAY UN GATO EN EL JARDÍN. En cualquier proyecto narrativo, aunque adopte forma de mosaico, hay un plan previo que incluye cuales son los personajes que van a aparecer, que perfiles literarios y humanos tienen, que papel van a jugar en la trama, así como una idea aproximada de los espacios y los tiempos por los que han de deambular, para dar un aire de realismo, o de ausencia de realismo, a las puras sombras que son en ese estadio de su existencia.

La dinámica de la narración interviene luego y algunos de esos fantasmas proyectados se caen del relato, mientras que otros se cuelan inesperadamente por cualquier resquicio.

En esta tarde ventosa y fría, sentado en el sillón de mimbre del jardín con la bufanda puesta, he visto salir a un felino por la quinta puerta del laberinto –al parecer, su olfato le ha indicado que el olor de la vida estaba al final de ese camino y le ha liberado de tomar las falsas puertas. Después de alguna vacilación, el felino, un gato europeo común, de pelaje blanco y anaranjado, algo esmirriado, se me ha acercado y me ha arañado suavemente el calcetín, en demanda de cobijo.

Dicen que estos felinos son los últimos que han accedido a la compañía del hombre por la vía de la domesticación y aún conservan una buena porción de su propia individualidad salvaje, una elegancia natural para distanciarse de sus protectores, mientras revindican su propia independencia, con esa imagen de singularidad orgullosa que suelen cultivar, hasta que la conducta humana les persuade de intentar un ejercicio de cercanía mas doméstico.

No es extraña su desconfianza, si tenemos en cuenta que a la gran mayoría de estos acompañantes domésticos, les damos de comer todos los días lo mismo durante su, a veces, larga vida, y en no pocas ocasiones sufren la práctica de la eutanasia sin su consentimiento activo.

El felino, después de recibir mis caricias y comer de un plato de pescado hervido, en lugar de marcharse, una vez satisfechas sus necesidades mas urgentes, evidenció una apetencia de comunicación y cediendo mas a un sentimiento de soledad que a su instinto de independencia, se quedó junto a mi y me contó su historia:

“Soy hijo de Carlo, un macho poderoso que dominó el territorio que el mismo se ganó en un entorno de marjal donde abundaba la caza. El nombre por el que me reconocen los humanos con los que he compartido mi larga vida, es un sonido ridículo que me niego a reconocer, pero tengo muy clara mi identidad, soy hijo de Carlo, macho dominante en los marjales donde vine al mundo.

Para mi mala suerte, a la acción caritativa de recogerme de una numerosa camada para evitar mi prematura muerte estrellado contra un muro, siguió la castración inmediata, con lo que no podré transmitir la valiosa herencia genética de mis ancestros.

Medía siete centímetros cuando viajaba sobre la bandeja trasera de un coche viejo, en tránsito a mi nuevo destino y me alimentaban con un biberón que contenía leche pasteurizada. Esa brutal separación de mis congéneres me produjo una herida en forma de sentimiento de soledad que mis benefactores atribuyeron al mito de la natural independencia de los felinos, ignorantes de que nuestra inteligencia es poca, si, pero tenemos emociones.

Experimentamos miedo, cólera, deseos sexuales, aún estando castrados, hambre, sed, dolor y placer, y somos gregarios, necesitamos de la compañía de los individuos de nuestra propia especie. Imagínese a un humano viviendo bajo la caritativa custodia de un rinoceronte, obligado a comer su propia comida, sin posibilidad de comunicarse y condenado al desarraigo de su propia especie, a la que no volverá a ver, oler, ni tocar, de por vida. Una situación como la que acabo de describir no cabe en nuestra inteligencia, pero la percibimos a través de las emociones, que es nuestra forma irracional de ser inteligentes.”

--Creo que te voy entendiendo, gato, pero sigue con tu historia, por favor.

“Los primeros años en mi nuevo destino doméstico fueron agradables, comía y bebía con regularidad, no sufría privaciones y por las noches me dedicaba a juguetear con los insectos. Cuando se planteó la clásica discusión sobre si se debía o no amputarme las uñas, ganó el no, con el argumento de que, si alguna vez volvía a mi medio natural, quedaría indefenso. Eso me permitió, en los años siguientes, destrozar las tapicerías sucesivas que se iban renovando a medida que mis uñas se fortalecían.

Me fui convirtiendo en un individuo adulto y cuando ya tenía el instinto de mis poderes territoriales en ese ámbito doméstico, un día apareció un perro grifón, igualmente recogido por piedad, que me doblaba en peso y volumen. Durante varios días tuve que emigrar a los altillos de los armarios, de modo que nuestros territorios, a distintos niveles, esteban separados por dos metros de altura.

Al poco tiempo, ya coincidimos en el nivel del suelo y yo me convertí en un animal subordinado en un territorio marcado por el mas fuerte, y tuve que aprender que solo podía acceder a los comederos y bebederos con el permiso del grifón que, encima, se me insinuaba sexualmente cuando le apetecía. Mi instinto me decía que estaría mejor en mi medio natural. Para mi mala suerte, tuve ocasión de comprobarlo.

Dado que había crecido y me había convertido en un individuo aparentemente robusto, mis benefactores decidieron que los acompañara un fin de semana al lugar donde me habían recogido, junto al marjal habitado por toda clase de bichos, cangrejos de río, anguilas, peces, ratones de campo y, por supuesto, gatos.

Carlo, mi progenitor, todavía dominaba en aquellas tierras y en el harem que las habitaba.

La relación paterno filial que yo había echado de menos, resultó ser una fantasía producto del mimetismo de las relaciones humanas que yo había observado en mi condición doméstica. Ahora que estaba en el medio natural donde había nacido, debí intuir que allí dominaban los olores. Los olores marcaban las jerarquías, la autoridad, el territorio, las preferencias, en fin todo. Y yo me había quedado sin olores. Los ingenuos humanos que decidieron no amputarme las uñas, ignoraban que mis años de vida muelle en un entorno aséptico, sin olvidar la castración, me habían convertido en un felino desodorizado, un individuo sin identidad que ahora se encontraba, indefenso, en un territorio hostil donde emitir y reconocer los olores, era la condición mínima para la supervivencia.

Ignoro si me dejaron dormir fuera de la cabaña donde se alojaban, por olvido o por pasar de mi una noche, pero a la mañana siguiente me encontraron golpeado, dolorido y quebrantado, en la copa de un árbol donde busqué refugio, y donde les permitieron encontrarme mis lastimeros maullidos.

Ellos nunca supieron que fue el propio Carlo quien, al no reconocer en mi a alguien de su propia progenie, me dio la soberana paliza que me produjo una lesión renal de por vida. Dada la gravedad de las lesiones, pensaron que algún humano poco respetuoso con los animales había sido el autor de la salvaje agresión.

El veterinario confirmó que mis órganos renales nunca funcionarían como antes y desde entonces debo ingerir, exclusivamente, un alimento dietético desprovisto de fosfatos, y dotado de componentes terapéuticos para mantener una razonable actividad en mi función renal.”

--O sea, que se ha convertido en un enfermo crónico..

“Bueno, para ser mas preciso, dada mi situación actual, en un anciano felino enfermo crónico.
Ningún bolsillo de clase media baja puede resistir, sin cansarse, un tratamiento veterinario de diecisiete años, ni los costosos piensos especiales indicados en casos como el mío. Yo notaba, por otra parte, que comer todos los días lo mismo durante tanto tiempo, era francamente triste.

Por eso, cuando comencé a oler en el comedero cosas distintas de las habituales, me alegré. Ocurrió que, mis benefactores, superados por el desembolso a que les obligaba mi condición de crónico, decidieron probar otra alimentación mas barata. Al principio todo fue bien. Todos tan contentos. Al poco tiempo, sin embargo, comencé a sufrir vómitos y mi estómago no toleraba alimento alguno.
Empecé a perder peso. No controlaba el esfínter. Mis benefactores no relacionaron esos trastornos con la retirada del alimento veterinario indicado, siguieron experimentando con otros alimentos, ninguno de los cuales permanecía mas de dos segundos en mi dolorido aparato gástrico.

Comencé a oír rumores de eutanasia. Yo me sentía tan sumamente mal que, de haber sido posible, hubiera dado mi consentimiento. Un día, volví a oler en el comedero el aroma característico del alimento recomendado por el veterinario y eso me salvó una de mis vidas, aunque ya ve usted lo esmirriado que me he quedado”

--Y, dime, amigo gato, ¿Que fue del grifón, al que no has vuelto a nombrar.?

“Nos dejó. Un día comenzó a sangrar. Un derrame interno. Tal vez un tumor. Se lo llevaron rápidamente y no lo he vuelto a ver. Eutanasia, supongo. Sin diagnóstico radiológico previo, creo.”

--Entonces, ahora eres dueño otra vez de tu espacio territorial. Ya no eres un animal subordinado.

“Es cierto, pero me siento viejo, enfermo y solo. Le agradezco que me haya escuchado. No es habitual encontrar tanta paciencia en un humano.”

--No todo los felinos sois iguales, ni los humanos tampoco. De algún modo, también tratamos de defender nuestra singularidad. Agradezco que te hayas confiado a mi. Me has aportado una visión mas cercana de las relaciones entre especies.

CONTINUARÁ

LOHENGRIN (CIBERLOHENGRIN.COM) 20-10-09.

lunes, 19 de octubre de 2009

EL JARDÍN DE HELIÓPOLIS (XXII)

(….) “Después de un otoño entero, parte del invierno y unas setenta páginas habitando el jardín, por fin me he decidido a acercarme, dando un lento paseo, hasta el magnolio, con la intención de entablar conversación con el barón rampante, y hablarle de mi experiencia con el Príncipe de Salinas.

“--Cósimo ¿Por que motivo decidiste vivir en lo alto de los árboles?

--¿Quien eres tu que quieres saber algo sobre una decisión tan lejana en el tiempo?

--Soy quien ha plantado el magnolio para darte cobijo.

--En ese caso, me siento obligado a corresponderte. Verás, Saladrigas, que prologó el libro de quien me dio vida literaria, cuenta que decidí encaramarme a lo alto de los árboles y pasar allí el resto de mi vida, como rechazo a la autoridad que juzgué injusta y mezquina.

--¿Huiste, pues, de una realidad que te resultaba incómoda?

--No fue exactamente una huida. Saladrigas sostiene que desde las copas de los árboles que configuran mi atalaya, sigo interesado en el mundo de los hombres y en participar en los proyectos y deberes cívicos. Me pareció que para poder hacerlo con suficientes garantías de eficacia, es preciso que, ante todo, preserve mi individualidad y la singularice (…) para no ser arrastrado por la masificación impuesta.

--Y, ¿Que pretendes lograr desde esa peculiar atalaya?

--Calvino, mi creador, ha escrito de mi que pretendo imponer tercamente a mi y a los otros esa incómoda singularidad y soledad, en todas las horas y en todos los momentos de mi vida, como una vocación que es común al poeta, al explorador, al revolucionario.

--Sabes, Cósimo, he conversado –ayer mismo-- con el Príncipe de Salinas, aquel que dijo 'Es necesario que algo cambie, para que todo siga igual..' y me pareció que te habría agradado una conversación con el.

--Salinas tenía una vasta cultura, pero nunca fue un hombre de mi tiempo. A mi me interesaba el progreso, pero la mente de Salinas estaba orientada por una decadencia aristocrática. Consciente de que su tiempo había pasado, su escepticismo se proyectaba sobre los nuevos valores que anunciaban el porvenir, que eran la negación del mundo que el había conocido y trataba de defender, agónicamente, intentando imponer formas aparentes de cambio que petrificaran el anciano régimen.

Yo también soy escéptico pero, desde mi pesimismo, y aun a pesar de el, defiendo un sistema de valores éticos completamente opuestos a los de Salinas y, aunque te parezca mentira, desde aquí arriba, me esfuerzo todo lo que puedo en esa defensa.”

Cósimo aparenta unos sesenta años. Calvino cuenta que vivió hasta los sesenta y cinco, encaramado a las alturas sin renunciar a su tozudez, y refiere así el final de sus días:

“Cósimo (…) tienes sesenta y cinco años cumplidos, ¿Como puedes continuar estando ahí arriba? A estas alturas lo que querías decir lo has dicho, lo hemos entendido (…) ahora puedes bajar. Incluso quien ha pasado toda su vida en el mar llega a un momento en el que desembarca.”

(…) Dijo que no con la mano (…) Alrededor, en la plaza, había siempre un corro de gente que le hacía compañía, hablando entre si y a veces dirigiéndole algunas palabras, aunque se sabía que no tenía ya ganas de hablar.

(…) Una mañana (…) había subido a la cima del árbol y estaba a horcajadas de una rama altísima, con solo una camisa encima.

“¿Que haces ahí arriba?” No respondió.

Cósimo estaba allá arriba y no se movía. Empezó a soplar viento (…) en eso apareció en el cielo una mongolfiera … era un hermoso globo, adornado con flecos y franjas y borlas, con una barquilla de mimbre colgada y dentro dos oficiales....miraban con anteojos el paisaje que tenían debajo. También Cósimo había alzado la cabeza y miraba con atención el globo.

(…) la mongolfiera (…) comenzó a correr con el viento girando como una peonza, iba hacia el mar(...) El ancla volaba plateada en el cielo colgada de una larga cuerda y al seguir oblicuamente la carrera del globo, ahora pasaba sobre la plaza y estaba poco mas o menos a la altura de la cima del magnolio...

El agonizante Cósimo, en el momento en que la soga del ancla le pasó cerca (…) se agarró a la cuerda, con los pies en el ancla y el cuerpo encogido, y así lo vimos volar lejos, arrastrado por el viento, frenando apenas la carrera del globo, y desaparecer hacia el mar...

En la tumba de la familia hay una estela que lo recuerda con estas palabras: 'Cósimo Piovasco de Rondó. Vivió en los árboles. Amó siempre la tierra.” Y voló hacia el mar, añado yo.”

CONTINUARÁ

LOHENGRIN (CIBERLOHENGRIN.COM) 19-10-09.

domingo, 18 de octubre de 2009

EL JARDÍN DE HELIÓPOLIS (XXI)

(….) “Descendí de la barca descuadernada y puse pie en la isla. Las arenas ardientes me quemaban las plantas de los pies y huí del arenal, a saltos, como un marsupial, hasta refugiarme debajo de la precaria sombra de un cocotero. La palmera, amable, dejó caer enseguida uno de sus frutos sobre mi, lo partí ayudándome de una roca y bebí con avidez el agua lechosa del coco, que me pareció deliciosa, después de dos días sin tomar líquidos, bajo la luz inclemente del mar.

Cubiertas las necesidades de sombra y sed me incorporé para otear el paisaje. El agua verde esmeralda de la costa dibujaba una suave y larga curva, ceñida por las arenas de la playa. Los arrecifes emergían mar adentro, como cuchillas de roca salpicadas de espuma, visitados por los pájaros que buscaban su desayuno desde las alturas, meciéndose sobre el aire cálido en sus desplazamientos, sin hacer apenas visible su esfuerzo en el vuelo.

Miré hacia el interior de la isla. Una floresta hirsuta, intrincada y espesa separaba la línea de costa del interior, habitado por una algarabía de chillidos de ave cuyo plumaje, de brillantes colores, se adivinaba entre la fronda.

Me volví hacia la playa y vi como mi barca se hundía, vencidas sus últimas cuadernas sanas por los golpes del mar y no hice nada por recuperarla. Al Oeste, observé una elevación libre de vegetación que parecía accesible y me dirigí hacia ella con intención de coronar su altura y descubrir que había tras ella. En los márgenes del camino encontré plantas que me parecieron familiares. Matas de espliego y manzanilla, tomillo y salvia; gauchas y adelfas, jaras blancas y ginestas amarillas.

Al alcanzar la elevación, el reflejo del sol sobre un cristal me deslumbró. Me hice sombra con la mano, miré de nuevo y vi lo que parecía una cámara de seguridad que enfocaba el objetivo hacia mi posición. Volví a mirar y, a la derecha de la cámara, observé un cartel con letras muy grandes, con el siguiente texto:

“ESTÁ USTED EN TAGOMAGO. ESTA ISLA ES PROPIEDAD PRIVADA DE ERNST HANNOVER. ABANDONE LA PROPIEDAD O PODRÁ SER ATACADO POR LOS PERROS QUE LA VIGILAN.”

Yo ya había sufrido la experiencia de ser atacado por perros. En cierta ocasión tuve que atravesar una valla defendida por perros para embargar los bienes de una empresa quebrada que me debía unos sueldos y salí indemne, aunque con la culera del pantalón perjudicada. Valoré los riesgos. No tenía barca. No podía irme a nado. Tomé un madero que podía hacer las veces de bastón y cogí un puñado de carroña que encontré en el suelo. Armado con el palo y la golosina me sentí mas seguro y decidí afrontar la acometida de los guardianes de la isla.

Cuando el mayordomo de Mister Hannover vio como sus perros comían en mi mano, decidió ser menos hostil conmigo, sin abandonar por ello su pose estirada.-- ¿Quien es usted? ¿Que hace aquí?
¿No ha leído el cartel?

--Siento importunarles, mi barca ha hecho agua en los bajíos, solo necesito un poco de ayuda por su parte y que me indiquen como desaparecer de aquí. Me llamo Klaus. Klaus Berger Lohengrin.

Mientras conversaba con el mayordomo apareció un personaje con aire de venir directamente del siglo diecinueve y se dirigió al mayordomo. --Bartolomeu, déjalo, ya me ocupo yo del señor. Después de hablar con el, te daré instrucciones. Puedes volver a tus obligaciones.

--Mister Hannover?
-No, no. Soy su huésped, Ernst nunca viene por aquí en esta época del año. Esta isla fue propiedad de mi familia y todavía conservo algunos privilegios de uso sobre ella. Fue parte del trato cuando la vendimos. Pero, pase a casa, dúchese. Huele que apesta. Le diré a Bartolomeu que le de algo de ropa seca. Después nos veremos en el comedor y me contará usted como ha llegado hasta aquí. ¿ok?

--De acuerdo.

Cuando recuperé fuerzas, me sirvieron un café y mi anfitrión se interesó por como había llegado yo a la propiedad.

--Pues verá, es sencillo, navegaba con mi barca cuando un golpe de mar me ha acercado demasiado a la costa, he chocado con los arrecifes y la barca ha hecho agua, después, cuando estaba desembarcando, otra ola la ha terminado de destrozar y me ha impedido regresar. Desconocía que esto fuera propiedad privada, aunque, una vez desembarcado, ya lo he visto.

--¿Iba solo?

--Siempre navego solo. Me gusta navegar en soledad. ¿Y usted? ¿Que hace aquí? ¿También le gusta la soledad?

--Tengo obligaciones representativas. Soy miembro del senado y he venido unos días a estudiar un proyecto de ley sobre el que deberemos pronunciarnos en unos días. Me retiro aquí, de tarde en tarde, cuando necesito reflexionar sobre algo importante.

La conversación se prolongó, al tiempo que la botella de Whiskey se acortaba, tomamos unos emparedados y seguimos por la tarde y, sin habérnoslo propuesto, llegamos a un grado de confianza propio de las confidencias. Fue entonces cuando el senador me contó sus recuerdos mas íntimos, a pesar de ser un desconocido. Tal vez necesitaba confiar a alguien sus pensamientos mas ocultos, o no, cualquiera sabe.

“Descubrí el erotismo cuando tenía seis años y Poli, sentada frente a mi en el tren de la bruja, frotó su rodilla con la mía durante unos minutos. Como carecía de información solvente en ese momento sobre las experiencias sexuales centradas en los genitales, esa primera experiencia de la sensación erótica se convirtió en una fijación que le dio una centralidad permanente a esa parte de la anatomía femenina en mi imaginario sexual.

Ahora, en mis viajes por lugares exóticos, soy un ferviente usuario de los trenes turísticos, esos artefactos infantiles que me recuerdan las sensaciones de mi niñez y donde practico con la misma fruición que entonces, siempre con mujeres adultas, con la sutileza que da la experiencia, la frotación de rodillas con las mujeres mas atractivas que usted pueda imaginar.

En mi casa de Madrid, tengo una sala dedicada al culto de ese maravilloso objeto erótico, la rodilla femenina. Reproducciones de titanio flotan como móviles exhibiendo todos los componentes anatómicos de esa pieza deseable. Reciben una luz fría y se mueven empujados por el aire de un ventilador oculto, al ritmo de la música grabada del chelo de Pau Casals. Rodillas de maniquí aparecen ordenadas en los estantes, a cual mas perfecta, con la singularidad de que están articuladas y permiten variar su posición y aspecto.

También conservo rodilleras usadas de deportistas femeninas, colgadas del techo. Conservan el olor de sus propietarias, de gran poder evocador. Hay prótesis de rodillas usadas por jugadoras de golf y fragmentos de huesos de la rodilla obtenidos de clínicas de cirugía estética, que por su peso y morfología evocan a mujeres de dimensiones canónicas.

En el apartado audiovisual, guardo grabaciones obtenidas discretamente en sesiones de rozamiento de rodillas en trenes y embarcaciones, cuyo sonido recoge, en ocasiones, la prueba sonora de la casual caricia, verdadera obra de arte en la sutileza del erotismo que pocas veces se alcanza. Hay, además, una extensa colección de fotos de rodillas de mujer robadas con cámara miniaturizada. Su visionado, combinado con la experiencia táctil que ofrecen las rodilleras usadas, es lo mas próximo a una experiencia física de frotación de rodillas. Ninguna de las piezas de la colección se puede comparar, sin embargo, a aquella lejana experiencia primeriza con la rodilla de Poly en el tren de la bruja”

--¿No le parece un erotismo un poco enfermizo?

--No. Para nada. Naturalmente, no he tenido hijos, no he conocido ninguna experiencia genital ni reproductiva. Lo que puede parecer una limitación excluyente se ha convertido, a lo largo de los años, en un universo de placer sensible capaz de colmar una larga vida.
Confieso que mi condición de persona influyente, con lo que implica de viajes, asistencia a grandes eventos deportivos internacionales y otros acontecimientos sociales, me ha ayudado mucho a elevar el nivel de mi colección. Muchas de las piezas que conservo han sido usadas, o han pertenecido, a mujeres celebres en los campos del arte, la literatura y el deporte de alta competición.

Venga cuando quiera por mi casa de Madrid. Le enseñaré mi colección. Ahora debo dejarle. Mi avión privado va a venir a recogerme. Mañana, debemos dictaminar sobre el contenido de un proyecto de reforma de la constitución. He dado instrucciones a Bartolomeu para que llame al servicio de guardacostas y le lleven al puerto mas próximo. Le agradezco que me haya escuchado con atención. Venga a verme a Madrid alguna vez. Bartolomeu le dará la dirección. Adiós, Klaus. Ha sido un placer conocerle. Y si navega por ahí, hágalo con un barco resistente.”

Me pareció extraño que aquel hombre me hubiera confiado a mi, un desconocido, cosas tan íntimas. Pudo ser la soledad, esa sensación que no tiene nada que ver con las personas que nos rodean, sino que es como una planta de interior que se cultiva sin darse cuenta a lo largo y ancho de la vida, hasta que sus excrecencias se apoderan, insidiosas, de las terminaciones nerviosas y hacen de su huésped un territorio devastado por la incomunicación del que se necesita huir de vez en cuando.

Salí de la isla en la patrullera de la Guardia Civil. Cuando nos alejábamos de Tagomago pensé en aquel personaje que había conocido y me había confiado las peculiaridades de sus intereses eróticos y que parecía venir de otro siglo, cuando caí en la cuenta de que tenía una gran semejanza con el Príncipe de Salinas de 'El Gatopardo', pero en seguida abandoné la idea, alguien así no podía ser senador en el parlamento español, ¿o sí? Tal vez, al barón rampante le habría agradado tener una charla con el..”

CONTINUARÁ


LOHENGRIN (CIBERLOHENGRIN.COM) 18-10-09.

sábado, 17 de octubre de 2009

EL JARDÍN DE HELIÓPOLIS (XX)

(….) “Recibí al día siguiente la esperada llamada telefónica y pude reanudar la entrevista a la mujer de Marc, para que me contara el resto de su viaje a Marruecos, según ella, el país de los cedros.

--Me dijo usted ayer que, después de visitar Marrakesh, continuaron con su viaje....

--Al día siguiente estuvimos en Meknés. Una ciudad fortificada muy bien conservada, con unos establos reales que me recordaron, por su dimensión, las Termas de Caracalla, en Roma. Lo malo fue el calor. Cincuenta grados a la sombra. Nos refugiamos en un comercio de alfombras. No se si sería por la temperatura, o por el brebaje que nos dieron, pero sentí que la cabeza me daba vueltas
y tuve unas visiones muy raras.

Me vi saliendo por la ventana, montada en una alfombra que volaba a gran velocidad. A mis pies veía los morabitos, adonde se refugian los hombres santos buscando la serenidad de su espíritu. Volaba por encima del Atlas Medio y veía a las mujeres, con sus coloridos vestidos, lavando en las riberas de los ríos. Sobrevolaba los bosques de cedros y veía a los pescadores de cangrejos en los arroyuelos medio ocultos por la masa forestal. Marruecos era verde, yo no me había percatado en las visitas urbanas a ras del suelo, pero era verde.

En los suburbios de las ciudades veía casuchas inmundas, que parecían haber sido ocultadas a los ojos de los viajeros y ahora, en este vuelo rasante, sentada en la alfombra, aparecían en toda su miserable realidad. Volé sobre Volubilis, el enclave romano, antigua capital administrativa y vi los mosaicos que brillaban al sol, desde las alturas, con sus colores originales. El clima seco, es el mejor para las piedras. Están como el primer día.

Pero yo me estoy mareando, con este calor y la velocidad del vuelo. Mira, allí está Casablanca. El bar de Rick, con piano y todo. Rabat. El palacio real , con ese enorme estanque rectangular. A ver si puedo planear y pillar un poco de agua para mojarme las sienes. Me estoy mareando.

--Mójele las sienes, a ver si vuelve en si, con este calor, claro, se ha mareado.

Cuando volvimos al hotel me di un baño de agua fría. Por la noche, me tomé un copazo de ginebra y zumo de limón y nos fuimos a la discoteca.

--¿Volvieron a viajar juntos, usted y Marc?

--Después de lo del reptil, la verdad, ya no he tenido ganas de volver a intentarlo. Hemos vuelto a viajar, pero lo hicimos por separado.

--Gracias. Ha sido usted muy amable.

--Se me han quedado cosas en el tintero, pero, claro, ese viaje lo hicimos hace mas de diez años,o sea, el siglo pasado, ya sabe...

--De todos modos, gracias, me servirá.

--Tome algo antes de marcharse...

–.Se lo agradezco, pero no tengo tiempo. En otra ocasión.”

He dedicado a los cedros unas mil quinientas palabras. No está mal para un hipoactivo. Se ocupan de los hiperactivos, hay una preocupación social, pero ¿Que pasa con los hipoactivos? Como no molestamos a nadie, quienes tenemos aversión al esfuerzo físico, compensamos esa pasividad con la escritura, lo que, en algunos casos, puede ser una amenaza para los sufridos lectores..

Ahora vuelvo al jardín. Me proporciona una cierta sensación de serenidad contemplar la vida vegetal desde el sillón de mimbre en las tardes invernales. Todavía no he tenido contacto alguno con el barón rampante, que elucubra en soledad encaramado sobre la copa del magnolio, distanciado del mundo que observa desde su privilegiado mirador. Prefiero dejarlo tranquilo, por ahora, pero, antes de concluir este retablo vegetal, tal vez tengamos ocasión de compartir algunas reflexiones.

En cuanto pueda, me dedicaré a los cocoteros. Cuando uno escribe esa palabra, casi siempre la asocia a una isla del Caribe. Resulta que en aguas españolas hay una isla que es propiedad de un residente extranjero. Pues allí, precisamente, es donde voy a situar los cocoteros de mi jardín.”

CONTINUARÁ

LOHENGRIN (CIBERLOHENGRIN.COM) 17-10-09.

viernes, 16 de octubre de 2009

EL JARDÍN DE HELIÓPOLIS (XIX)

(….) “Hoy es el primer día del invierno, aunque lo cierto es que no se nota nada. Podemos decir, igualmente, que ayer terminó el otoño. Es lo que tienen esas fechas fronterizas demasiado convencionales para que presenten signos fuertes de cambio. Todavía amarillean las hojas de los álamos, barridas por el viento y los árboles de hoja caduca aún conservan un cierto tinte anaranjado, rodeados de coníferas. Ayer vi en el mercado los últimos níscalos, que han venido algo atrasados
por las peculiares condiciones climáticas de la temporada.

Hubo un tiempo en el que yo era un tipo alegre que se entusiasmaba, a veces, con las labores de cocina. Vázquez Montalbán también cocinaba, pero había algo en sus gestos que revelaba un fondo taciturno en su carácter. Si quieres saber algo del carácter de otro, tienes que verlo cocinar.

Ver como maneja el cuchillo, como realiza los cortes, te ayudará a descubrir si es una persona tierna o cruel, minuciosa o descuidada, creativa o aburrida. Algunos sostienen que no hay nada como la relación carnal para conocer a otra persona, yo mismo pensé que era así, pero ahora estoy convencido de que esa experiencia tiene algo de fingimiento, mientras que la actitud y la conducta en la cocina están libres de cualquier ocultación. Ofrecen la espontaneidad necesaria para constituir un buen observatorio del carácter de quien cocina.

Cuando aún era un tipo alegre, los viejos cazadores me regalaban, de vez en cuando, un lomo de venado. Entonces preparaba un panaché de verduras, cociendo cada una por separado y dándoles unidad después con una fritura de láminas de ajo y jamón serrano, a la que añadía los últimos níscalos de la temporada, mientras asaba el venado, solo hasta el punto en que su centro adquiría un tono rosáceo. Después preparaba una salsa hecha con un poco de cebolla frita, ligada con compota de ciruela claudia y me disponía a recibir el invierno en todo su esplendor.

Hoy, sin embargo, voy a comer potaje de garbanzos y mientras escucho la radio me cuentan que un profesor invitado en la Universidad de Georgetown dio una charla en la que ligaba los acontecimientos actuales con la mitología histórica de Don Pelayo y la Reconquista. Se nota que en su infancia --¿Alguna vez fue niño?, no puedo imaginarlo-- leyó muchos tebeos del Guerrero del Antifaz y esa épica rancia ha marcado su carácter.

Busco un periódico para documentarme mejor, pero no va la reseña de esa información. Es mejor el silencio. Así nos olvidamos del cuatrienio negro de Aznar.

Considerando la brevedad de este pasaje de los álamos, me extenderé un poco mas en la siguiente historia relacionada con el país de los cedros.

Hace unos años hice un viaje con mi mujer, acompañados de unos amigos, a Marruecos, el país de los cedros, --pasa por serlo Líbano, pero los bosques de cedros que pudimos ver en el Atlas Medio nos permitieron cambiar de criterio. He tenido la ocurrencia de realizar una entrevista a mi mujer, como si yo no hubiera formado parte de la expedición, para que contara ese viaje desde su punto de vista, y este ha sido el resultado.

“-¿De quien partió la idea del viaje?

-Mira que le dije, no quiero ir a Marruecos, que allí las mujeres no somos bien recibidas. Nada mas llegar, cuando nos acercamos al mausoleo de Mohamed V, Rosa, la enfermera del Peset y yo, solas, que Marc y el marido de Rosa se habían quedado atrás comprándose una chilaba, se nos acercó un moro agitando una cadena en la mano, con gesto amenazador, que aquello no era un simulacro para turistas, no, que si Rosa no se da cuenta y nos largamos de allí, el guardián de la lujosa tumba nos desgracia, venga a darla a la cadena, el tío.

Antes de tomar el ferry para cruzar el estrecho paramos en un hotel de Toirremolinos lleno de inglesas, que hay que ver como se ponían las tías de judías y garbanzos a las ocho de la mañana. Que forma tan rara de desayunar. Total que embarcamos en el Canguro Bruno. No. Eso fue en el viaje a Ibiza, ahora que lo pienso, bueno, como se llamara el barco aquel. La travesía fue de lo mas tranquila, era septiembre, y en esa época el mar está dulce y, zas, nada mas desembarcar en Ceuta, nos encontramos con un sobrino, que hacía allí la mili, voluntario. El mundo es un pañuelo.

Los problemas empezaron cuando llegamos a Fez. Una ciudad con una medina habitada por doscientas cincuenta mil personas. La mayor del norte de África. Un laberinto inextricable de callejuelas, imposible de visitar sin un guía experto.

Marc empeñado en que no necesitábamos guía. Había leído un par de libros. Uno de Naguib Mahfuz y otro de Tahar Ben Jelloun y ya se creía que era Lorenzo de Arabia.

Pero antes estuvimos en Tetuán y Larache. En Tetuán estuvimos en un hotel, guau, de un lujo asiático .Pisabas las alfombras y te quedabas allí hundida y en Larache nos dieron un té a la menta super estimulante. Un vaso de vidrio llenó hasta arriba de té y hojas de menta que aquello nos puso a cien. A Marc solo le faltó la excitación de la teína. Después, claro, tuvo esa bronca estúpida con el marido de Rosa, por lo del guía, y ya no volvieron a hablarse en todo el viaje. En fin, Rosa y yo decidimos ignorarles, por gilipollas, y disfrutar del viaje. Ya que estábamos allí.

No paro de hablar y no le he ofrecido nada, ¿Un zumo de fruta? ¿Un refresco de cola?

--Cualquier cosa estará bien. Un poco de agua, pero, siga, por favor.

--Los dos capullos venían detrás nuestro, cada uno por su lado, con las chilabas puestas y hasta un fez, que se compraron, y Marc llevaba en el hombro a Abdulla, el pobrecito camaleón aquel, todo pintado de rosa. Se lo dije, --no lo compres, hombre, deja al pobre animal. Pero nada, si no lo compra, revienta, que falta de sensibilidad con los animales. Cuando volvimos a la península –entonces ni miraban eso, si no nos entalegan por tráfico de especies protegidas-- el pobre Abdulla se murió, a los quince días.

La medina de Fez era como nuestros mercadillos de los lunes, pero mas grande. Cientos y cientos de callejuelas y plazas llenas de puestos que visitamos con una minuciosidad demorada, con guía naturalmente, no dejamos que Marc se saliera con la suya, de haberle hecho caso aún estaríamos allí, sin encontrar la salida.

Puestos de medio metro, todos con el retrato del Rey de entonces, Hassán II, bien visible, cada uno distinto de los otros. Uno me llamó la atención, por la pinta que tenía el tío de proxeneta hortera, con aquella camisa roja y un cadenón de oro, igualito que un macarra argelino que vi una vez en Pigalle.

En el zoco de las especias los aromas eran muy intensos y los viejos comerciantes hacían sus trapicheos alrededor de los sacos de esas preciosas sustancias, en un patio interior discretamente separado de la algarabía del mercado. Al marido de Rosa, pintor aficionado, aunque con muchas exposiciones a sus espaldas, el lugar le gustó tanto que tomó un rápido apunte. Como dos horas estuvo el tío, que también era un pesado, mientras a Marc se le ponían los ojos de un amarillo siniestro. Luego ese apunte se convirtió en un cuadro, nunca vendido, porque su autor lo conservó para que le recordara que jamás debía volver a viajar con un compañero como Marc.

La medina de Fez resultó ser un viaje por el tiempo. Un paseo por el siglo dieciséis, que decía Marc, siempre tan pedante. Pero también por la España de los cincuenta, con esas mulas cargadas de sacos de harina y haces de leña. Todo a granel, ni un maldito envase. Los chavales te rodeaban para hacerse con el plástico del agua mineral, como si fuera un tesoro. Me encantó el zoco de las telas, con aquellos colores tan vivos, tintes naturales, que las madejas de lana colgaban de las fachadas con unos amarillos tremendos, brillantes; rojos y azules de una limpidez extraordinaria, colores puros, estallando contra la blancura encalada de las casas.

Pero, no le estaré aburriendo? ….

-No, nada de eso, continúe por favor..

-Me llamó la atención el carnicero aquel, con su pie desnudo descansando en el tocón de cortar la carne, con un aire reflexivo y ausente, y los corderos colgando, indiferentes al bullir incesante del mercado que se derramaba, como un río de múltiples afluentes, por las soleadas callejas de la medina.

Cuando terminamos la visita al mercado, salimos por la puerta del viernes, no sin antes curiosear un poco por las medersas, las escuelas coránicas que, entonces, no estaban tan agitadas como ahora.

--¿Adonde fueron después?

--A Marrakesh. Allí las cosas eran diferentes. El ambiente era, ¿como decirlo?, mas distendido, alejado del control religioso mas presente en las noches de Fez, con el muecín llamando a la oración desde el alminar, de viva voz. Sobrecogía su canto en la oscura madrugada de la ciudad dormida.

Nada de asnos en Marrakesh, el vehículo popular era la bicicleta. Unos cientos de kilómetros hacia el sur y parecía que nos habíamos alejado de Fez varios siglos. Un hotel con piscina, nos tirábamos en las hamacas y los amables jóvenes del bar venían con la jarra del té a la menta y allí estábamos tan ricamente, hasta que fuimos a visitar la plaza de Yemma el fna –ese lugar tan bien contado por Goytisolo, que le voy a decir que usted no sepa-- y Marc se empeñó en hacerme la foto esa, en el encantador se serpientes, con ese animal viscoso y gordo, de colorines, deslizándose sinuoso sobre mis hombros, yo, la verdad, le hubiera dado una patada en los huevos a Marc que, además, es de un lento, el tío, para darle al disparador. --Quieta, no te muevas, espera que te enfoque bien. --Porqué no te pones tu, le dije, con el bicho este, y te hago yo la foto, joder.

--Debió de ser una experiencia desagradable...

--Sí. La fiesta que nos dieron en el palmeral estuvo mejor. Allí subida encima del camello, estaba incómoda, la verdad, pero mucho mejor que con la serpiente. Como vas a comparar. Por lo demás, el cús-cús, muy rico, y el tashin, un cordero asado lentamente en un recipiente cónico de cerámica estupendo, con vino y todo. Muy bien lo de Marrakesh, quitado lo del reptil, claro.
Antes de abandonar la ciudad, nos subimos a un cafetín de los que están en las terrazas de las casas que dan a la plaza y masticamos un zumo de naranja con toda su pulpa y por la tarde, probamos el lusch, una bebida refrescante a base de leche y almendra machacada, que nos reconfortó del cansancio propio del viaje. Viajar es el trabajo mas fatigoso que se pueda imaginar. Digan lo que digan.

--Finalizó en Marrakesh el viaje?

--No. Estuvimos en Meknés, en Casablanca, pero se me hace tarde para ir al Corte Inglés. He quedado con una amiga, así que, si no le importa, seguiremos la entrevista en otro momento

--Como usted diga. Le dejo mi teléfono. Me avisa cuando le venga bien. Gracias por todo.

--De nada.”

CONTINUARÁ

LOHENGRIN (CIBERLOHENGRIN.COM) 16-10-09.

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